Europa el tiempo era precisa-mente magnífico; pero la debilidad relativa de dichos
instrumentos invalidaba todas las observaciones.
No hizo el día 6 mejor tiempo. La impaciencia ator-mentaba las tres cuartas partes del
globo. Hasta hubo quienes propusieron los medios más insensatos para di-sipar las nubes
acumuladas en el aire.
El día 7 el cielo se modificó algo. Hubo alguna esperanza, pero ésta duró poco, pues por la
noche espesas nubes pusieron la bóveda estrellada a cubierto de todas las miradas.
La situación se agravaba. El día 11, a las nueve y once minutos de la mañana, la Luna debía
entrar en su último cuarto, y luego it declinando, de suerte que des-pués, aunque el tiempo
se despejase, la observación sería poco menos que infructuosa. La Luna entonces no
mos-traría más que una porción siempre decreciente de su disco hasta hacerse Luna nueva,
es decir, que se pondría y saldría con el Sol, cuyos rayos la volverían absoluta-mente
invisible. Sería, por consiguiente, preciso aguar-dar hasta el 3 de enero, a las 12 horas y 41
minutos del día para volverla a encontrar llena y empezar de nuevo la observación.
Los periódicos publicaban estas reflexiones con mil comentarios, y aconsejaban al público
que se armase de paciencia.
El día 8 no hubo novedad. El 9 reapareció el Sol un instante, como para burlarse de los
americanos. Éstos to recibieron con una estrepitosa silba, y él, herido sin duda en su amor
propio por una acogida semejante, se mostró muy avaro de sus rayos.
El día 10 tampoco hubo variación notable. Poco fal-tó para que J. T. Maston perdiese la
chaveta, inspirando serios temores al cerebro del digno veterano, tan bien conservado hasta
entonces bajo su cráneo de gutapercha.
Pero el día 11 se desencardenó en la atmósfera una de esas espantosas tempestades de las
regiones intertro-picales. Fuertes vientos del Este barrieron las nubes tan tenazmente
acumuladas, y por la noche el disco del astro nocturno, a la sazón rojizo, pasó
majestuosamente en medio de las límpidas constelaciones del cielo.
XXVIII
Un astro nuevo
Aquella misma noche, la palpitante noticia esperada con tanta impaciencia, cayó como un
rayo en los Estados de la Unión, y luego, atravesando el océano, circuló por to-dos los hilos
telegráficos del globo. El proyectil había sido percibido gracias al gigantesco reflector de
Long's Peak. He aquí la nota redactada por el director del obser-vatorio de Cambridge, la
cual contiene la conclusión científica del gran experimento del Gun Club.
«Long's Peak,12 de diciembre