–Para eso sé yo un buen remedio –dijo el del Bosque–: yo traigo aquí dos talegas de lienzo, de un
mesmo tamaño: tomaréis vos la una, y yo la otra, y riñiremos a talegazos, con armas iguales.
–Desa manera, sea en buena hora –respondió Sancho–, porque antes servirá la tal pelea de
despolvorearnos que de herirnos.
–No ha de ser así –replicó el otro–, porque se han de echar dentro de las talegas, porque no se las
lleve el aire, media docena de guijarros lindos y pelados, que pesen tanto los unos como los otros, y
desta manera nos podremos atalegar sin hacernos mal ni daño.
–¡Mirad, cuerpo de mi padre –respondió Sancho–, qué martas cebollinas, o qué copos de algodón
cardado pone en las talegas, para no quedar molidos los cascos y hechos alheña los huesos! Pero,
aunque se llenaran de capullos de seda, sepa, señor mío, que no he de pelear: peleen nuestros amos,
y allá se lo hayan, y bebamos y vivamos nosotros, que el tiempo tiene cuidado de quitarnos las vidas,
sin que andemos buscando apetites para que se acaben antes de llegar su sazón y término y que se
cayan de maduras.
–Con todo –replicó el del Bosque–, hemos de pelear siquiera media hora.
–Eso no –respondió Sancho–: no seré yo tan descortés ni tan desagradecido, que con quien he
comido y he bebido trabe cuestión alguna, por mínima que sea; cuanto más que, estando sin cólera y
sin enojo, ¿quién diablos se ha de amañar a reñir a secas?
–Para eso –dijo el del Bosque– yo daré un suficiente remedio: y es que, antes que comencemos la
pelea, yo me llegaré bonitame[n]te a vuestra merced y le daré tres o cuatro bofetadas, que dé con él
a mis pies, con las cuales le haré despertar la cólera, aunque esté con más sueño que un lirón.
–Contra ese corte sé yo otro –respondió Sancho–, que no le va en zaga: cogeré yo un garrote, y,
antes que vuestra merced llegue a despertarme la cólera, haré yo dormir a garrotazos de tal suerte la
suya, que no despierte si no fuere en el otro mundo, en el cual se sabe que no soy yo hombre que me
dejo manosear el rostro de nadie; y cada uno mire por el virote, aunque lo más acertado sería dejar
dormir su cólera a cada uno, que no sabe nadie el alma de nadie, y tal suele venir por lana que
vuelve tresquilado; y Dios bendijo la paz y maldijo las riñas, porque si un gato acosado, encerrado y
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