-Por la fe de caballero andante –respondió don Quijote-, que así como vi este carro imaginé que
alguna grande aventura se me ofrecía; y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la
mano para dar lugar al desengaño. Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta, y mirad si
mandáis algo en que pueda seros de provecho: que lo haré con buen ánimo y buen talante, porque
desde mochacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula.
Estando en estas pláticas, quiso la suerte que llegase uno de la compañía, que venía vestido de
bogiganga, con muchos cascabeles, y en la punta de un palo traía tres vejigas de vaca hinchadas: el
cual moharracho, llegándose a don Quijote, comenzó a esgrimir el palo y a sacudir el suelo con las
vejigas, y a dar grandes saltos, sonando los cascabeles; cuya mala visión así alborotó a Rocinante,
que sin ser poderoso a detenerle don Quijote, tomando el freno entre los dientes, dio a
correr por el campo con más ligereza que jamás prometieron los huesos de su notomía. Sancho, que
consideró el peligro en que iba su amo de ser derribado, saltó del rucio y a toda priesa fue a valerle;
pero cuando a él llegó, ya estaba en tierra, y junto a él Rocinante, que con su amo vino al suelo:
ordinario fin y paradero de las lozanías de Rocinante y de sus atrevimientos.
Mas apenas hubo dejado su caballería Sancho por acudir a don Quijote, cuando el demonio bailador
de las vejigas saltó sobre el rucio, y sacudiéndole con ellas, el miedo y mido, más que el dolor de los
golpes, le hizo volar por la campaña hacia el lugar donde iban a hacer la fiesta. Miraba Sancho la
carrera de su rucio y la caída de su amo, y no sabía a cuál de las dos necesidades acudiría primero;
pero, en efecto, como buen escudero y como buen criado, pudo más con él el amor de su señor que
el cariño de su jumento, puesto que cada vez que veía levantar las vejigas en el aire y caer sobre las
ancas de su rucio eran para él tártagos y sustos de muerte, y antes quisiera que aquellos golpes se los
dieran a él en las niñas de los ojos que en el más mínimo pelo de la cola de su asno. Con esta
perpleja tribulación llegó donde estaba don Quijote harto más maltrecho de lo que él quisiera, y
ayudándole a subir sobre Rocinante, le dijo:
-Señor, el diablo se ha llevado al rucio.
Portal Educativo EducaCYL
http://www.educa.jcyl.es