descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor
modo que pudieres:
‘‘¡Tate, tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada;
porque esta impresa, buen rey,
para mí estaba guardada.
Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en
uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a
escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque
no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a
conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le
quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa
donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada
y salida nueva; que, para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las
dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en éstos como en
los estraños reinos’’. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal
te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos
enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los
hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi
verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.
Fin
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