ella huye, yo la cojo y la pongo en poder de vuesa merced, que la tiene en sus brazos y la regala: ¿qué
mala señal es ésta, ni qué mal agüero se puede tomar de aquí?
Los dos mochachos de la pendencia se llegaron a ver la liebre, y al uno dellos preguntó Sancho que
por qué reñían. Y fuele respondido por el que había dicho ‘‘no la verás más en toda tu vida’’, que él
había tomado al otro mochacho una jaula de grillos, la cual no pensaba volvérsela en toda su vida.
Sacó Sancho cuatro cuartos de la faltriquera y dióselos al mochacho por la jaula, y púsosela en las
manos a don Quijote, diciendo:
–He aquí, señor, rompidos y desbaratados estos agüeros, que no tienen que ver más con nuestros
sucesos, según que yo imagino, aunque tonto, que con las nubes de antaño. Y si no me acuerdo mal,
he oído decir al cura de nuestro pueblo que no es de personas cristianas ni discretas mirar en estas
niñerías; y aun vuesa merced mismo me lo dijo los días pasados, dándome a entender que eran
tontos todos aquellos cristianos que miraban en agüeros. Y no es menester hacer hincapié en esto,
sino pasemos adelante y entremos en nuestra aldea.
Llegaron los cazadores, pidieron su liebre, y diósela don Quijote; pasaron adelante, y, a la entrada
del pueblo, toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco. Y es de saber que
Sancho Panza había echado sobre el rucio y sobre el lío de las armas, para que sirviese de repostero,
la túnica de bocací, pintada de llamas de fuego que le vistieron en el castillo del duque la noche que
volvió en sí Altisidora. Acomodóle también la coroza en la cabeza, que fue la más nueva
transformación y adorno con que se vio jamás jumento en el mundo.
Fueron luego conocidos los dos del cura