brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo; que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que
desearse puede. Dineros llevo, porque si buenos azotes me daban, bien caballero me iba.
–Déjate desas sandeces –dijo don Quijote–, y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar,
donde daremos vado a nuestras imaginaciones, y la traza que en la pastoral vida pensamos ejercitar.
Con esto, bajaron de la cuesta y se fueron a su pueblo.
CAPÍTULO 73: De los agüeros que tuvo don Quijote al entrar de su aldea, con otros sucesos que
adornan y acreditan esta grande historia
A la entrada del cual, según dice Cide Hamete, vio don Quijote que en las eras del lugar estaban
riñendo dos mochachos, y el uno dijo al otro:
–No te canses Periquillo, que no la has de ver en todos los días de tu vida.
Oyólo don Quijote, y dijo a Sancho:
–¿No adviertes, amigo, lo que aquel mochacho ha dicho: ‘‘no la has de ver en todos los días de tu
vida’’?
–Pues bien, ¿qué importa –respondió Sancho– que haya dicho eso el mochacho?
–¿Qué? –replicó don Quijote–. ¿No vees tú que, aplicando aquella palabra a mi intención, quiere
significar que no tengo de ver más a Dulcinea?
Queríale responder Sancho, cuando se lo estorbó ver que por aquella campaña venía huyendo una
liebre, seguida de muchos galgos y cazadores, la cual, temerosa, se vino a recoger y a agazapar
debajo de los pies del rucio. Cogióla Sancho a mano salva y presentósela a don Quijote, el cual
estaba diciendo:
–Malum signum! Malum signum! Liebre huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no parece!
–Estraño es vuesa merced –dijo Sancho–. Presupongamos que esta liebre es Dulcinea del Toboso y
estos galgos que la persiguen son los malandrines encantadores que la transformaron en labradora:
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