pereza, con andar por todas las partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer y
hagan, sobre cristianos, famosos caballeros. Ves aquí, Sancho, los medios por donde se alcanzan los
extremos de alabanzas que consigo trae la buena fama.
-Todo lo que vuesa merced hasta aquí me ha dicho -dijo Sancho- lo he entendido muy bien; pero,
con todo eso, querría que vuesa merced me sorbiese una duda que agora en este punto me ha venido
a la memoria.
-Asolviese quieres decir, Sancho -dijo don Quijote-. Di en buen hora; que yo responderé lo que
supiere.
-Dígame, señor -prosiguió Sancho-: esos Julios o Agostos, y todos esos caballeros hazañosos que ha
dicho, que ya son muertos, ¿dónde están agora?
-Los gentiles -respondió don Quijote- sin duda están en el infierno; los cristianos, si fueron buenos
cristianos, o están en el purgatorio, o en el cielo.
-Está bien -dijo Sancho-; pero sepamos ahora: esas sepulturas donde están los cuernos de esos
señorazos, ¿tienen delante de sí lámparas de plata, o están adornadas las paredes de sus capillas de
muletas, de mortajas, de cabelleras, de piernas y de ojos de cera? Y si desto no, ¿de qué están
adornadas?
A lo que respondió don Quijote:
-Los sepulcros de los gentiles fueron por la mayor parte suntuosos templos: las cenizas del cuerno
de Julio César se pusieron sobre una pirámide de piedra de
desmesurada grandeza, a quien hoy llaman en Roma la Aguja de San Pedro; al emperador Adriano
le sirvió de sepultura un castillo tan grande como una buena aldea, a quien llamaron Moles
Hadriani, que agora es el castillo de Santángel en Roma; la reina Artemisa sepultó a su marido
Mausoleo en un sepulcro que se tuvo por una de las siete maravillas del mundo; pero ninguna
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