–Y el mío –añadió Sancho–, pues no he visto en toda mi vida randera que por amor se haya muerto;
que las doncellas ocupadas más ponen sus pensamientos en acabar sus tareas que en pensar en sus
amores. Por mí lo digo, pues, mientras estoy cavando, no me acuerdo de mi oíslo; digo, de mi Teresa
Panza, a quien quiero más que a las pestañas de mis ojos.
–Vos decís muy bien, Sancho –dijo la duquesa–, y yo haré que mi Altisidora se ocupe de aquí
adelante en hacer alguna labor blanca, que la sabe hacer por estremo.
–No hay para qué, señora –respondió Altisidora–, usar dese remedio, pues la consideración de las
crueldades que conmigo ha usado este malandrín mostrenco me le borrarán de la memoria sin otro
artificio alguno. Y, con licencia de vuestra grandeza, me quiero quitar de aquí, por no ver delante de
mis ojos ya no su triste figura, sino su fea y abominable catadura.
–Eso me parece –dijo el duque– a lo que suele decirse:
Porque aquel que dice injurias,
cerca está de perdonar.
Hizo Altisidora muestra de limpiarse las lágrimas con un pañuelo, y, haciendo reverencia a sus
señores, se salió del aposento.
–Mándote yo –dijo Sancho–, pobre doncella, mándote, digo, mala ventura, pues las has habido con
una alma de esparto y con un corazón de encina. ¡A fee que si las hubieras conmigo, que otro gallo te
cantara!
Acabóse la plática, vistióse don Quijote, comió con los duques, y partióse aquella tarde.
CAPÍTULO 71: De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea
Iba el vencido y asendereado don Quijote pensati[vo] además por una parte, y muy alegre por otra.
Causaba su tristeza el vencimiento; y la alegría, el considerar en la virtud de Sancho, como lo había
mostrado en la resurreción de Altisidora, aunque con algún escrúpulo se persuadía a que la
Portal Educativo EducaCYL
http://www.educa.jcyl.es