cual, ya prevenido de todo lo que había de hacer, así como tuvo noticia de su llegada, mandó
encender las hachas y las luminarias del patio y poner a Altisidora sobre el túmulo, con todos los
aparatos que se han contado, tan al vivo, y tan bien hechos, que de la verdad a ellos había bien poca
diferencia.
Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no
estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos.
Los cuales, el uno durmiendo a sueño suelto, y el otro velando a pensamientos desatados, les tomó
el día y la gana de levantarse; que las ociosas plumas, ni vencido ni vencedor, jamás dieron gusto a
don Quijote.
Altisidora –en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida–, siguiendo el humor de sus
señores, coronada con la misma guirnalda que en el túmulo tenía, y vestida una tunicela de tafetán
blanco, sembrada de flores de oro, y sueltos los cabellos por las espaldas, arrimada a un báculo de
negro y finísimo ébano, entró en el aposento de don Quijote, con cuya presencia turbado y confuso,
se encogió y cubrió casi todo con las sábanas y colchas de la cama, muda la lengua, sin que acertase
a hacerle cortesía ninguna. Sentóse Altisidora en una silla, junto a su cabecera, y, después de haber
dado un gran suspiro, con voz tierna y debi ƗFF