Seis días estuvo don Quijote en el lecho, marrido, triste, pensativo y mal acondicionado, yendo y
viniendo con la imaginación en el desdichado suceso de su vencimiento. Consolábale Sancho, y,
entre otras razones, le dijo:
–Señor mío, alce vuestra merced la cabeza y alégrese, si puede, y dé gracias al cielo que, ya que le
derribó en la tierra, no salió con alguna costilla quebrada; y, pues sabe que donde las dan las toman,
y que no siempre hay tocinos donde hay estacas, dé una higa al médico, pues no le ha menester para
que le cure en esta enfermedad: volvámonos a nuestra casa y dejémonos de andar buscando
aventuras por tierras y lugares que no sabemos; y, si bien se considera, yo soy aquí el más
perdidoso, aunque es vuestra merced el más mal parado. Yo, que dejé con el gobierno los deseos de
ser más gobernador, no dejé la gana de ser conde, que jamás tendrá efecto si vuesa merced deja de
ser rey, dejando el ejercicio de su caballería; y así, vienen a volverse en humo mis esperanzas.
–Calla, Sancho, pues ves que mi reclusión y retirada no ha de pasar de un año; que luego volveré a
mis honrados ejercicios, y no me ha de faltar reino que gane y algún condado que darte.
–Dios lo oiga –dijo Sancho–, y el pecado sea sordo, que siempre he oído decir que más vale buena
esperanza que ruin posesión.
En esto estaban cuando entró don Antonio, diciendo con muestras de grandísimo contento:
–¡Albricias, señor don Quijote, que don Gregorio y el renegado que fue por él está en la playa! ¿Qué
digo en la playa? Ya está en casa del visorrey, y será aquí al momento.
Alegróse algún tanto don Quijote, y dijo:
–En verdad que estoy por decir que me holgara que hubiera sucedido todo al revés, porque me
obligara a pasar en Berbería, donde con la fuerza de mi brazo diera libertad no sólo a don Gregorio,
sino a cuantos cristianos cautivos hay en Berbería. Pero, ¿qué digo, miserable? ¿No soy yo el
vencido? ¿No soy yo el derribado? ¿No soy yo el que no puede tomar arma en un año? Pues, ¿qué
prometo? ¿De qué me alabo, si antes me conviene usar de la rueca que de la espada?
–Déjese deso, señor –dijo Sancho–: viva la gallina, aunque con su pepita, que hoy por ti y mañana
por mí; y en estas cosas de encuentros y porrazos no ha[y] tomarles tiento alguno, pues el que hoy
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