los dos famosos traductores: el uno, el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro, don
Juan de Jáurigui, en su Aminta, donde felizmente ponen en duda cuál es la tradución o cuál el
original. Pero dígame vuestra merced: este libro, ¿imprímese por su cuenta, o tiene ya vendido el
privilegio a algún librero?
–Por mi cuenta lo imprimo –respondió el autor–, y pienso ganar mil ducados, por lo menos, con
esta primera impresión, que ha de ser de dos mil cuerpos, y se han de despachar a seis reales cada
uno, en daca las pajas.
–¡Bien está vuesa merced en la cuenta! –respondió don Quijote–. Bien parece que no sabe las
entradas y salidas de los impresores, y las correspondencias que hay de unos a otros; yo le prometo
que, cuando se vea cargado de dos mil cuerpos de libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante, y
más si el libro es un poco avieso y no nada picante.
–Pues,