sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los
historiadores.
No respondió don Quijote palabra, ni los caballeros esperaron a que la respondiese, sino,
volviéndose y revolviéndose con los demás que los seguían, comenzaron a hacer un revuelto caracol
al derredor de don Quijote; el cual, volviéndose a Sancho, dijo:
–Éstos bien nos han conocido: yo apostaré que han leído nuestra historia y aun la del aragonés
recién impresa.
Volvió otra vez el caballero que habló a don Quijote, y díjole:
–Vuesa merced, señor don Quijote, se venga con nosotros, que todos somos sus servidores y
grandes amigos de Roque Guinart.
A lo que don Quijote respondió:
–Si cortesías engendran cortesías, la vuestra, señor caballero, es hija o parienta muy cercana de las
del gran Roque. Llevadme do quisiéredes, que yo no tendré otra voluntad que la vuestra, y más si la
quer[é]is ocupar en vuestro servicio.
Con palabras no menos comedidas que éstas le respondió el caballero, y, encerrándole todos en
medio, al son de las chirimías y de los atabales, se encaminaron con él a la ciudad, al entrar de la
cual, el malo, que todo lo malo ordena, y los muchachos, que son más malos que el malo, dos dellos
traviesos y atrevidos se entraron por toda la gente, y, alzando el uno de la cola del rucio y el otro la
de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas. Sintieron los pobres animales las
nuevas espuelas, y, apretando las colas, aumentaron su disgusto, de manera que, dando mil
corcovos, dieron con sus dueños en tierra. Don Quijote, corrido y afrentado, acudió a quitar el
plumaje de la cola de su matalote, y Sancho, el de su rucio. Quisieran los que guiaban a don Quijote
castigar el atrevimiento de los muchachos, y no fue posible, porque se encerraron entre más de otros
mil que los seguían.
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