muy fácil rendirme, porque yo soy don Quijote de la Mancha, aquel que de sus hazañas tiene lleno
todo el orbe.
Luego Roque Guinart conoció que la enfermedad de don Quijote tocaba más en locura que en
valentía, y, aunque algunas veces le había oído nombrar, nunca tuvo por verdad sus hechos, ni se
pudo persuadir a que semejante humor reinase en corazón de hombre; y holgóse en estremo de
haberle encontrado, para tocar de cerca lo que de lejos dél había oído; y así, le dijo:
–Valeroso caballero, no os despechéis ni tengáis a siniestra fortuna ésta en que os halláis, que podía
ser que en estos tropiezos vuestra torcida suerte se enderezase; que el cielo, por estraños y nunca
vistos rodeos, de los hombres no imaginados, suele levantar los caídos y enriquecer los pobres.
Ya le iba a dar las gracias don Quijote, cuando sintieron a sus espaldas un ruido como de tropel de
caballos, y no era sino un solo, sobre el cual venía a toda furia un mancebo, al parecer de hasta
veinte años, vestido de damasco verde, con pasamanos de oro, greguescos y saltaembarca, con
sombrero terciado, a la valona, botas enceradas y justas, espuelas, daga y espada doradas, una
escopeta pequeña en las manos y dos pistolas a los lados. Al ruido volvió Roque la cabeza y vio esta
hermosa figura, la cual, en llegando a él, dijo:
–En tu busca venía, ¡oh valeroso Roque!, para hallar en ti, si no remedio, a lo menos alivio en mi
desdicha; y, por no tenerte suspenso, porque sé que no me has conocido, quiero decirte quién soy: y
soy Claudia Jerónima, hija de Simón Forte, tu singular amigo y enemigo particular de Clauquel
Torrellas, que asimismo lo es tuyo, por ser uno de los de tu contrario bando; y ya sabes que este
Torrellas tiene un hijo que don Vicente Torrellas se llama, o, a lo menos, se llamaba no ha dos horas.
Éste, pues, por abreviar el cuento de mi desventura, te diré en breves palabras la que me ha
causado. Viome, requebróme, escuchéle, enamoréme, a hurto de mi padre; porque no hay mujer,
por retirada que esté y recatada que sea, a quien no le sobre tiempo para poner en ejecución y efecto
sus atropellados deseos. Finalmente, él me prometió de ser mi esposo, y yo le di la palabra de ser
suya, sin que en obras pasásemos adelante. Supe ayer que, olvidado de lo que me debía, se casaba
con otra, y que esta mañana iba a desposarse, nueva que me turbó el sentido y acabó la paciencia; y,
por no estar mi padre en el lugar, le tuve yo de ponerme en el traje que vees, y apresurando el paso a
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