una zan[ca]dilla, dio con él en el suelo boca arriba; púsole la rodilla derecha sobre el pecho, y con las
manos le tenía las manos, de modo que ni le dejaba rodear ni alentar. Don Quijote le decía:
–¿Cómo, traidor? ¿Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te
atreves?
–Ni quito rey, ni pongo rey –respondió Sancho–, sino ayúdome a mí, que soy mi señor. Vuesa
merced me prometa que se estará quedo, y no tratará de azotarme por agora, que yo le dejaré libre y
desembarazado; donde no,
Aquí morirás, traidor,
enemigo de doña Sancha.
Prometióselo don Quijote, y juró por vida de sus pensamientos no tocarle en el pelo de la ropa, y que
dejaría en toda su voluntad y albedrío el azotarse cuando quisiese.
Levantóse Sancho, y desvióse de aquel lugar un buen espacio; y, yendo a arrimarse a otro árbol,
sintió que le tocaban en la cabeza, y, alzando las manos, topó con dos pies de persona, con zapatos y
calzas. Tembló de miedo; acudió a otro árbol, y sucedióle lo mesmo. Dio voces llamando a don
Quijote que le favoreciese. Hízolo así don Quijote, y, preguntándole qué le había sucedido y de qué
tenía miedo, le respondió Sancho que todos aquellos árboles estaban llenos de pies y de piernas
humanas. Tentólos don Quijote, y cayó luego en la cuenta de lo que podía ser, y díjole a Sancho:
–No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y