–Así lo pienso hacer –dijo don Quijote–; y vuesas mercedes me den licencia, pues ya es hora para
irme al lecho, y me tengan y pongan en el número de sus mayores amigos y se[r]vidores.
–Y a mí también –dijo Sancho–: quizá seré bueno para algo.
Con esto se despidieron, y don Quijote y Sancho se retiraron a su aposento, dejando a don Juan y a
don Jerónimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su discreción y de su locura; y
verdaderamente creyeron que éstos eran los verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía
su autor aragonés.
Madrugó don Quijote, y, dando golpes al tabique del otro aposento, se despidió de sus huéspedes.
Pagó Sancho al ventero magníficamente, y aconsejóle que alabase menos la provisión de su venta, o
la tuviese más proveída.
CAPÍTULO 60: De lo que sucedió a don Quijote yendo a Barcelona
Era fresca la mañana, y daba muestras de serlo asimesmo el día en que don Quijote salió de la venta,
informándose primero cuál era el más derecho camino para ir a Barcelona sin tocar en Zaragoza: tal
era el deseo que tenía de sacar mentiroso aquel nuevo historiador que tanto decían que le
vituperaba.
Sucedió, pues, que en más de seis días no le sucedió cosa digna de ponerse en escritura, al cabo de
los cuales, yendo fuera de camino, le tomó la noche entre unas espesas encinas o alcornoques; que
en esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele.
Apeáronse de sus bestias amo y mozo, y, acomodándose a los troncos de los árboles, Sancho, que
había merendado aquel día, se dejó entrar de rondón por las puertas del sueño; pero don Quijote, a
quien desvelaban sus imaginaciones mucho más que la hambre, no podía pegar sus ojos; antes iba y
venía con el pensamiento por mil géneros de lugares. Ya le parecía hallarse en la cueva de
Montesinos; ya ver brincar y subir sobre su pollina a la convertida en labradora Dulcinea; ya que le
sonaban en los oídos las palabras del sabio Merlín que le referían las condiciones y diligencias que
se habían [de] hacer y tener en el desencanto de Dulcinea. Desesperábase de ver la flojedad y
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