Agradeciéndoselo don Quijote, comió algo, y Sancho mucho, y echáronse a dormir entrambos,
dejando a su albedrío y sin orden alguna pacer del abundosa yerba de que aquel prado estaba lleno a
los dos continuos compañeros y amigos Rocinante y el rucio. Despertaron algo tarde, volvieron a
subir y a seguir su camino, dándose priesa para llegar a una venta que, al parecer, una legua de allí
se descubría. Digo que era venta porque don Quijote la llamó así, fuera del uso que tenía de llamar a
todas las ventas castillos.
Llegaron, pues, a ella; preguntaron al huésped si había posada. Fueles respondido que sí, con toda la
comodidad y regalo que pudiera hallar en Zaragoza. Apeáronse y recogió Sancho su reposterí