el suelo. Quedó molido Sancho, espantado don Quijote, aporreado el rucio y no muy católico
Rocinante; pero, en fin, se levantaron todos, y don Quijote, a gran priesa, tropezando aquí y cayendo
allí, comenzó a correr tras la vacada, diciendo a voces:
–¡Deteneos y esperad, canalla malandrina, que un solo caballero os espera, el cual no tiene
condición ni es de parecer de los que dicen que al enemigo que huye, hacerle la puente de plata!
Pero no por eso se detuvieron los apresurados corredores, ni hicieron más caso de sus amenazas que
de las nubes de antaño. Detúvole el cansa[n]cio a don Quijote, y, más enojado que vengado, se sentó
en el camino, esperando a que Sancho, Rocinante y el rucio llegasen. Llegaron, volvieron a subir
amo y mozo, y, sin volver a despedirse de la Arcadia fingida o contrahecha, y con más vergüenza que
gusto, siguieron su camino.
CAPÍTULO 59: Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se pue-de tener por aventura, que le
sucedió a don Quijote
Al polvo y al cansancio que don Quijote y Sancho sacaron del descomedimiento de los toros,
socorrió una fuente clara y limpia que entre una fresca arboleda hallaron, en el margen de la cual,
dejando libres, sin jáquima y freno, al rucio y a Rocinante, los dos asendereados amo y mozo se
sentaron. Acudió Sancho a la repostería de su alforjas, y dellas sacó de lo que él solía llamar
condumio; enjuagóse la boca, lavóse don Quijote el rostro, con cuyo refrigerio cobraron aliento los
espíritus desalentados. No comía don Quijote, de puro pesaroso, ni Sancho no osaba tocar a los
manjares que delante tenía, de puro comedido, y esperaba a que su señor hiciese la salva; pero,
viendo que, llevado de sus imaginaciones, no se acordaba de llevar el pan a la boca, no abrió la suya,
y, atropellando por todo género de crianza, comenzó a embaular en el estómago el pan y queso que
se le ofrecía.
–Come, Sancho amigo –dijo don Quijote–, sustenta la vida, que más que a mí te importa, y déjame
morir a mí a manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir
muriendo, y tú para morir comiendo; y, porque veas que te digo verdad en esto, considérame
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