–Paréceme, Sancho, que esto destas redes debe de ser una de las más nuevas aventuras que pueda
imaginar. Que me maten si los encantadores que me persiguen no quieren enredarme en ellas y
detener mi camino, como en venganza de la riguridad que con Altisidora he tenido. Pues mándoles
yo que, aunque estas redes, si como son hechas de hilo verde fueran de durísimos diamantes, o más
fuertes que aquélla con que el celoso dios de los herreros enredó a Venus y a Marte, así la rompiera
como si fuera de juncos marinos o de hilachas de algodón.
Y, queriendo pasar adelante y romperlo todo, al improviso se le ofrecieron delante, saliendo de entre
unos árboles, dos hermosísimas pastoras; a lo menos, vestidas como pastoras, sino que los pellicos y
sayas eran de fino brocado, digo, que las sayas eran riquísimos faldellines de tabí de oro. Traían los
cabellos sueltos por las espaldas, que en rubios podían competir con los rayos del mismo sol; los
cuales se coronaban con dos guirnaldas de verde laurel y de rojo amaranto tejidas. La edad, al
parecer, ni bajaba de los quince ni pasaba de los diez y ocho.
Vista fue ésta que admiró a Sancho, suspendió a don Quijote, hizo parar al sol en su carrera para
verlas, y tuvo en maravilloso silencio a todos cuatro. En fin, quien primero habló fue una de las dos
zagalas, que dijo a don Quijote:
–Detened, señor caballero, el paso, y no rompáis las redes, que no para daño vuestro, sino para
nuestro pasatiempo, ahí están tendidas; y, porque sé que nos habéis de preguntar para qué se han
puesto y quién somos, os lo quiero decir en breves palabras. En una aldea que está hasta dos leguas
de aquí, donde hay mucha gente principal y muchos hidalgos y ricos, entre muchos amigos y
parientes se concertó que con sus hijos, mujeres y hijas, vecinos, amigos y parientes, nos viniésemos
a holgar a este sitio, que es uno de los más [a]gradables de todos estos contornos, formando entre
todos una nueva y pastoril Arcadia, vistiéndonos las doncellas de zagalas y los mancebos de
pastores. Traemos estudiadas dos églogas, una del famoso poeta Garcilaso, y otra de[l]
excelentísimo Camoes, en su misma lengua portuguesa, las cuales hasta agora no hemos
representado. Ayer fue el primero día que aquí llegamos; tenemos entre estos ramos plantadas
algunas tiendas, que dicen se llaman de campaña, en el margen de un abundoso arroyo que todos
estos prados fertiliza; tendimos la noche pasada estas redes de estos árboles para engañar los
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