sin haber persona alguna que le remedie, ni criado ni vasallo que acuda a su socorro? Aquí
habremos de perecer de hambre yo y mi jumento, si ya no nos morimos antes, él de molido y
quebrantado, y yo de pesaroso. A lo menos, no seré yo tan venturoso como lo fue mi señor don
Quijote de la Mancha cuando decendió y bajó a la cueva de aquel encantado Montesinos, donde
halló quien le regalase mejor que en su casa, que no parece sino que se fue a mesa puesta y a cama
hecha. Allí vio él visiones hermosas y apacibles, y yo veré aquí, a lo que creo, sapos y culebras.
¡Desdichado de mí, y en qué han parado mis locuras y fantasías! De aquí sacarán mis huesos,
cuando el cielo sea servido que me descubran, mondos, blancos y raídos, y los de mi buen rucio con
ellos, por donde quizá se echará de ver quién somos, a lo menos de los que tuvieren noticia que
nunca Sancho Panza se apartó de su asno, ni su asno de Sancho Panza. Otra vez digo: ¡miserables de
nosotros, que no ha querido nuestra corta suerte que muriésemos en nuestra patria y entre los
nuestros, donde ya que no hallara remedio nuestra desgracia, no faltara quien dello se doliera, y en
la hora última de nuestro pasamiento nos cerrara los ojos! ¡Oh compañero y amigo mío, qué mal
pago te he dado de tus buenos servicios! Perdóname y pide a la fortuna, en el mejor modo que
supieres, que nos saque deste miserable trabajo en que estamos puestos los dos; que yo prometo de
ponerte una corona de laurel en la cabeza, que no parezcas sino un laureado poeta, y de darte los
piensos doblados.
Desta manera se lamentaba Sancho Panza, y su jumento le escuchaba sin responderle palabra
alguna: tal era el aprieto y angustia en que el pobre se hallaba. Finalmente, habiendo pasado toda
aquella noche en miserables quejas y lamentaciones, vino el día, con cuya claridad y resplandor vio
Sancho que era imposible de toda imposibilidad salir de aquel pozo sin ser ayudado, y comenzó a
lamentarse y dar voces, por ver si alguno le oía; pero todas sus voces eran dadas en desierto, pues
por todos aquellos contornos no había persona que pudiese escucharle, y entonces se acabó de dar
por muerto.
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