–Dios lo haga –replicó Sancho–, que a entrambos les estaría mal. Y déjame partir de aquí, Ricote
amigo, que quiero llegar esta noche adonde está mi señor don Quijote.
–Dios vaya contigo, Sancho hermano, que ya mis compañeros se rebullen, y también es hora que
prosigamos nuestro camino.
Y luego se abrazaron los dos, y Sancho subió en su rucio, y Ricote se arrimó a su bordón, y se
apartaron.
CAPÍTULO 55: De cosas sucedidas a Sancho en el camino, y otras que no hay más que ver
El haberse detenido Sancho con Ricote no le dio lugar a que aquel día llegase al castillo del duque,
puesto que llegó media legua dél, donde le tomó la noche, algo escura y cerrada; pero, como era
verano, no le dio mucha pesadumbre; y así, se apartó del camino con intención de esperar la
mañana; y quiso su corta y desventurada suerte que, buscando lugar donde mejor acomodarse,
cayeron él y el rucio en una honda y escurísima sima que entre unos edificios muy antiguos estaba, y
al tiempo del caer, se encomendó a Dios de todo corazón, pensando que no había de parar hasta el
profundo de los abismos. Y no fue así, porque a poco más de tres estados dio fondo el rucio, y él se
halló encima dél, sin haber recebido lisión ni daño alguno.
Tentóse todo el cuerpo, y recogió el aliento, por ver si estaba sano o agujereado por alguna parte; y,
viéndose bueno, entero y católico de salud, no se hartaba de dar gracias a Dios Nuestro Señor de la
merced que le había hecho, porque sin duda pensó que estaba hecho mil pedazos. Tentó asimismo
con las manos por las paredes de la sima, por ver si sería posible salir della sin ayuda de nadie; pero
todas las halló rasas y sin asidero alguno, de lo que Sancho se congojó mucho, especialmente
cuando oyó que el rucio se quejaba tierna y dolorosamente; y no era mucho, ni se lamentaba de
vicio, que, a la verdad, no estaba muy bien parado.
–¡Ay –dijo entonces Sancho Panza–, y cuán no pensados sucesos suelen suceder a cada paso a los
que viven en este miserable mundo! ¿Quién dijera que el que ayer se vio entronizado gobernador de
una ínsula, mandando a sus sirvientes y a sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima,
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