me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que, si no le
adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán
alpargatas toscas de cuerda. Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuere
larga la sábana; y déjenme pasar, que se me hace tarde.
A lo que el mayordomo dijo:
–Señor gobernador, de muy buena gana dejáramos ir a vuesa merced, puesto que nos pesará mucho
de perderle, que su ingenio y su cristiano proceder obligan a desearle; pero ya se sabe que todo
gobernador está obligado, antes que se ausente de la parte donde ha gobernado, dar primero
residencia: déla vuesa merced de los diez días que ha que tiene el gobierno, y váyase a la paz de
Dios.
–Nadie me la puede pedir –respondió Sancho–, si no es quien ordenare el duque mi señor; yo voy a
verme con él, y a él se la daré de molde; cuanto más que, saliendo yo desnudo, como salgo, no es
menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel.
–Par Dios que tiene razón el gran Sancho –dijo el doctor Recio–, y que soy de parecer que le
dejemos ir, porque el duque ha de gustar infinito de verle.
Todos vinieron [en] ello, y le dejaron ir, ofreciéndole primero compañía y todo aquello que quisiese
para el regalo de su persona y para la comodidad de su viaje. Sancho dijo que no quería más de un
poco de cebada para el rucio y medio queso y medio pan para él; que, pues el camino era tan corto,
no había menester mayor ni mejor repostería. Abrazáronle todos, y él, llorando, abrazó a todos, y los
dejó admirados, así de sus razones como de su determinación tan resoluta y tan discreta.
CAPÍTULO 54: Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna
Resolviéronse el duque y la duquesa de que el desafío que don Quijote hizo a su vasallo, por la causa
ya referida, pasase adelante; y, puesto que el mozo estaba en Flandes, adonde se había ido huyendo,
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