CAPÍTULO 51: Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos
Amaneció el día que se siguió a la noche de la ronda del gobernador, la cual el maestresala pasó sin
dormir, ocupado el pensamiento en el rostro, brío y belleza de la disfrazada doncella; y el
mayordomo ocupó lo que della faltaba en escribir a sus señores lo que Sancho Panza hacía y decía,
tan admirado de su[s] hechos como de sus dichos: porque andaban mezcladas sus palabras y sus
acciones, con asomos discretos y tontos.
Levantóse, en fin, el señor gobernador, y, por orden del doctor Pedro Recio, le hicieron desayunar
con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría, cosa que la trocara Sancho con un pedazo de
pan y un racimo de uvas; pero, viendo que aquello era más fuerza que voluntad, pasó por ello, con
harto dolor de su alma y fatiga de su estómago, haciéndole creer Pedro Recio que los manjares
pocos y delicados avivaban el ingenio, que era lo que más convenía a las personas constituidas en
mandos y en oficios graves, donde se han de aprovechar no tanto de las fuerzas corporales como de
las del entendimiento.
Con esta sofistería padecía hambre Sancho, y tal, que en su secreto maldecía el gobierno y aun a
quien se le había dado; pero, con su hambre y con su conserva, se puso a juzgar aquel día, y lo
primero que se le ofreció fue una pregunta que un forastero le hizo, estando presentes a todo el
mayordomo y los demás acólitos, que fue:
–Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío (y esté vuestra merced atento,
porque el caso es de importancia y algo dificultoso). Digo, pues, que sobre este río estaba una
puente, y al cabo della, una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro
jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río, de la puente y del señorío, que era en esta
forma: "Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va;
y si jurare verdad, déjenle pasar; y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se
muestra, sin remisión alguna". Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y
luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad, y los jueces lo[s] dejaban pasar
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