–Eso mesmo es bien que yo pregunte, señora –respondió don Qui-jote–; y así, pregunto si estaré yo
seguro de ser acometido y forzado.
–¿De quién o a quién pedís, señor caballero, esa seguridad? –respondió la dueña.
–A vos y de vos la pido –replicó don Quijote–, porque ni yo soy de mármol ni vos de bronce, ni
ahora son las diez del día, sino media noche, y aun un poco más, según imagino, y en una estancia
más cerrada y secreta que lo debió de ser la cueva donde el traidor y atrevido Eneas gozó a la
hermosa y piadosa Dido. Pero dadme, señora, la mano, que yo no quiero otra seguridad mayor que
la de mi continencia y recato, y la que ofrecen esas reverendísimas tocas.
Y, diciendo esto, besó su derecha mano, y le asió de la suya, que ella le dio con las mesmas
ceremonias.
Aquí hace Cide Hamete un paréntesis, y dice que por Mahoma que diera, por ver ir a los dos así
asidos y trabados desde la puerta al lecho, la mejor almalafa de dos que tenía.
Entróse, en fin, don Quijote en su lecho, y quedóse doña Rodríguez sentada en una silla, algo
desviada de la cama, no quitándose los antojos ni la vela. Don Quijote se acorrucó y se cubrió todo,
no dejando más de el rostro descubierto; y, habiéndose los dos sosegado, el primero que rompió el
silencio fue don Quijote, diciendo:
–Puede vuesa merced ahora, mi señora doña Rodríguez, descoserse y desbuchar todo aquello que
tiene dentro de su cuitado corazón y lastimadas entrañas, que será de mí escuchada con castos
oídos, y socorrida con piadosas obras.
–Así lo creo yo –respondió la dueña–, que de la gentil y agradable presencia de vuesa merced no se
podía esperar sino tan cristiana respuesta. «Es, pues, el caso, señor don Quijote, que, aunque vuesa
merced me vee sentada en esta silla y en la mitad del reino de Aragón, y en hábito de dueña
aniquilada y asendereada, soy natural de las Asturias de Oviedo, y de linaje que atraviesan por él
muchos de los mejores de aquella provincia; pero mi corta suerte y el descuido de mis padres, que
empobrecieron antes de tiempo, sin saber cómo ni cómo no, me trujeron a la corte, a Madrid, donde
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