A todo esto no respondió don Quijote otra palabra si no fue dar un profundo suspiro, y luego se
tendió en su lecho, agradeciendo a los duques la merced, no porque él tenía temor de aquella canalla
gatesca, encantadora y cencerruna, sino porque había conocido la buena intención con que habían
venido a socorrerle. Los duques le dejaron sosegar, y se fueron, pesarosos del mal suceso de la burla;
que no creyeron que tan pesada y costosa le saliera a don Quijote aquella aventura, que le costó
cinco días de encerramiento y de cama, donde le sucedió otra aventura más gustosa que la pasada,
la cual no quiere su historiador contar ahora, por acudir a Sancho Panza, que andaba muy solícito y
muy gracioso en su gobierno.
CAPÍTULO 47: Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno
Cuenta la historia que desde el juzgado llevaron a Sancho Panza a un suntuoso palacio, adonde en
una gran sala estaba puesta una real y limpísima mesa; y, así como Sancho entró en la sala, sonaron
chirimías, y salieron cuatro pajes a darle aguamanos, que Sancho recibió con mucha gravedad.
Cesó la música, sentóse Sancho a la cabecera de la mesa, porque no había más de aquel asiento, y no
otro servicio en toda ella. Púsose a su lado en pie un personaje, que después mostró ser médico, con
una varilla de ballena en la mano. Levantaron una riquísima y blanca toalla con que estaban
cubiertas las frutas y mucha diversidad de platos de diversos manjares; uno que parecía estudiante
echó la bendición, y un paje puso un babador randado a Sancho; otro que hacía el oficio de
maestresala, llegó un plato de fruta delante; pero, apenas hubo comido un bocado, cuando el de la
varilla tocando con ella en el plato, se le quitaron de delante con grandísima celeridad; pero el
maestresala le llegó otro de otro manjar. Iba a probarle Sancho; pero, antes que llegase a él ni le
gustase, ya la varilla había tocado en él, y un paje alzádole con tanta presteza como el de la fruta.
Visto lo cual por Sancho, quedó suspenso, y, mirando a todos, preguntó si se había de comer aquella
comida como juego de maesecoral. A lo cual respondió el de la vara:
–No se ha de comer, señor gobernador, sino como es uso y costumbre en las otras ínsulas donde hay
gobernadores. Yo, señor, soy médico, y estoy asalariado en esta ínsula para serlo de los
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