quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo Dios, y podría ser que el no dármele
redundase en pro de mi conciencia; que, maguera tonto, se me entiende aquel refrán de ‘‘por su mal
le nacieron alas a la hormiga’’; y aun podría ser que se fuese más aína Sancho escudero al cielo, que
no Sancho gobernador. Tan buen pan hacen aquí como en Francia; y de noche todos los gatos son
pardos, y asaz de desdichada es la persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado; y no hay
estómago que sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele decirse, de paja y de
heno; y las avecitas del campo tienen a Dios por su proveedor y despensero; y más calientan cuatro
varas de paño de Cuenca que otras cuatro de límiste de Segovia; y al dejar este mundo y meternos la
tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra
el cuerpo del Papa que el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro; que al entrar en el
hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese y a buenas
noches. Y torno a decir que si vuestra señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto, yo sabré no
dárseme nada por discreto; y yo he oído decir que detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro
todo lo que reluce, y que de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Wamba para ser
rey de España, y de entre los brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a Rodrigo para ser comido
de culebras, si es que las trovas de los romances antiguos no mienten.
–Y ¡cómo que no mienten! –dijo a esta sazón doña Rodríguez la dueña, que era una de las
escuchantes–: que un romance hay que dice que metieron al rey Rodrigo, vivo vivo, en una tumba
llena de sapos, culebras y lagartos, y que de allí a dos días dijo el rey desde dentro de la tumba, con
voz doliente y baja:
Ya me comen, ya me comen
por do más pecado había;
y, según esto, mucha razón tiene este señor en decir que quiere más ser más labrador que rey, si le
han de comer sabandijas.
No pudo la duquesa tener la risa, oyendo la simplicidad de su dueña, ni dejó de admirarse en oír las
razones y refranes de Sancho, a quien dijo:
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