–Ahora, señora mía, que he visto que no nos escucha nadie de solapa, fuera de los circunstantes, sin
temor ni sobresalto responderé a lo que se me ha preguntado, y a todo aquello que se me
preguntare; y lo primero que digo es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto
que algunas veces dice cosas que, a mi parecer, y aun de todos aquellos que le escuchan, son tan
discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría decir mejores;
pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo, a mí se me ha asentado que es un mentecato.
Pues, como yo tengo esto en el magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como
fue aquello de la respuesta de la carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún no está en historia;
conviene a saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que le he dado a entender que está
encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda.
Rogóle la duquesa que le contase aquel encantamento o burla, y Sancho se lo contó todo del mesmo
modo que había pasado, de que no poco gusto recibieron los oyentes; y, prosiguiendo en su plática,
dijo la duquesa:
–De lo que el buen Sancho me ha contado me anda brincando un escrúpulo en el alma y un cierto
susurro llega a mis oídos, que me dice: ‘‘Pues don Quijote de la Mancha es loco, menguado y
mentecato, y Sancho Panza su escudero lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue y va atenido a
las vanas promesas suyas, sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo; y, siendo esto
así, como lo es, mal contado te será, señora duquesa, si al tal Sancho Panza le das ínsula que
gobierne, porque el que no sabe gobernarse a sí, ¿cómo sabrá gobernar a otros?’’
–Par Dios, señora –dijo Sancho–, que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero dígale vuesa
merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad: que si yo fuera discreto,
días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero
ésta fue mi suerte, y ésta mi malandanza; no puedo más, seguirle tengo: somos de un mismo lugar,
he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel; y así,
es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón. Y si vuestra altanería no
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