a mí me la mudaron, no es maravilla que a él se la cambiasen. Dulcinea es principal y bien nacida, y
de los hidalgos linajes que hay en el Toboso, que son muchos, antiguos y muy buenos, a buen seguro
que no le cabe poca parte a la sin par Dulcinea, por quien su lugar será famoso y nombrado en los
venideros siglos, como lo ha sido Troya por Elena, y España por la Cava, aunque con mejor título y
fama. Por otra parte, quiero que entiendan vuestras señorías que Sancho Panza es uno de los más
graciosos escuderos que jamás sirvió a caballero andante; tiene a veces unas simplicidades tan
agudas, que el pensar si es simple o agudo causa no pequeño contento; tiene malicias que le
condenan por bellaco, y descuidos que le confirman por bobo; duda de todo y créelo todo; cuando
pienso que se va a
despeñar de tonto, sale con unas discreciones, que le levantan al cielo. Finalmente, yo no le trocaría
con otro escudero, aunque me diesen de añadidura una ciudad; y así, estoy en duda si será bien
enviarle al gobierno de quien vuestra grandeza le ha hecho merced; aunque veo en él una cierta
aptitud para esto de gobernar, que atusándole tantico el entendimiento, se saldría con cualquiera
gobierno, como el rey con sus alcabalas; y más, que ya por muchas experiencias sabemos que no es
menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que
apenas saber leer, y gobiernan como unos girifaltes; el toque está en que tengan buena intención y
deseen acertar en todo; que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer,
como los gobernadores caballeros y no letrados, que sentencian con asesor. Aconsejaríale yo que ni
tome cohecho, ni pierda derecho, y otras cosillas que me quedan en el estómago, que saldrán a su
tiempo, para utilidad de Sancho y provecho de la ínsula que gobernare.
A este punto llegaban de su coloquio el duque, la duquesa y don Quijote, cuando oyeron muchas
voces y gran rumor de gente en el palacio; y a deshora entró Sancho en la sala, todo asustado, con
un cernadero por babador, y tras él muchos mozos, o, por mejor decir, pícaros de cocina y otra gente
menuda, y uno venía con un artesoncillo de agua, que en la color y poca limpieza mostraba ser de
fregar; seguíale y perseguíale el de la artesa, y procuraba con toda solicitud ponérsela y encajársela
debajo de las barbas, y otro pícaro mostraba querérselas lavar.
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