–Hasta ahora –dijo el eclesiástico–, más os tengo por hablador que por mentiroso, pero de aquí
adelante no sé por lo que os tendré.
–Tú das tantos testigos, Sancho, y tantas señas, que no puedo dejar de decir que debes de decir
verdad. Pasa adelante y acorta el cuento, porque llevas camino de no acabar en dos días.
–No ha de acortar tal –dijo la duquesa–, por hacerme a mí placer; antes, le ha de contar de la
manera que le sabe, aunque no le acabe en seis días; que si tantos fuesen, serían para mí los mejores
que hubiese llevado en mi vida.
–«Digo, pues, señores míos –prosiguió Sancho–, que este tal hidalgo, que yo conozco como a mis
manos, porque no hay de mi casa a la suya un tiro de ballesta, convidó un labrador pobre, pero
honrado.»
–Adelante, hermano –dijo a esta sazón el religioso–, que camino lleváis de no parar con vuestro
cuento hasta el otro mundo.
–A menos de la mitad pararé, si Dios fuere servido –respondió Sancho–. «Y así, digo que, llegando
el tal labrador a casa del dicho hidalgo convidador, que buen poso haya su ánima, que ya es muerto,
y por más señas dicen que hizo una muerte de un ángel, que yo no me hallé presente, que había ido
por aq[ue]l tiempo a segar a Tembleque...»
–Por vida vuestra, hijo, que volváis presto de Tembleque, y que, sin enterrar al hidalgo, si no queréis
hacer más exequias, acabéis vuestro cuento.
–«Es, pues, el caso –replicó Sancho– que, estando los dos para asentarse a la mesa, que parece que
ahora los veo más que nunca...»
Gran gusto recebían los duques del disgusto que mostraba tomar el buen religioso de la dilación y
pausas con que Sancho contaba su cuento, y don Quijote se estaba consumiendo en cólera y en
rabia.
Portal Educativo EducaCYL
http://www.educa.jcyl.es