–Yo apostaré –replicó Sancho– que ha mezclado el hideperro berzas con capachos.
–Ahora digo –dijo don Quijote– que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante
hablador, que, a tiento y sin algún discurso, se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía
Orbaneja, el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué pintaba, respondió: ‘‘Lo que saliere’’. Tal
vez pintaba un gallo, de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que con letras góticas
escribiese junto a él: "Éste es gallo". Y así debe de ser de mi historia, que tendrá necesidad de
comento para entenderla.
–Eso no –respondió Sansón–, porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños
la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es
tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín
flaco, cuando dicen: "allí va Rocinante". Y los que más se han dado a su letura son los pajes: no hay
antecámara de señor donde no se halle un Don Quijote: unos le toman si otros le dejan; éstos le
emb isten y aquéllos le piden. Finalmente, la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial
entretenimiento que hasta agora se haya visto, porque en toda ella no se descubre, ni por semejas,
una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico.
–A escribir de otra suerte –dijo don Quijote–, no fuera escribir verdades, sino mentiras; y los
historiadores que de mentiras se valen habían de ser quemados, como los que hacen moneda falsa; y
no sé yo qué le movió al autor a valerse de novelas y cuentos ajenos, habiendo tanto que escribir en
los míos: sin duda se debió de atener al refrán: "De paja y de heno...", etcétera. Pues en verdad que
en sólo manifestar mis pensamientos, mis sospiros, mis lágrimas, mis buenos deseos y mis
acometimientos pudiera hacer un volumen mayor, o tan grande que el que pueden hacer todas las
obras del Tostado. En efeto, lo que yo alcanzo, señor bachiller, es que para componer historias y
libros, de cualquier suerte que sean, es menester un gran juicio y un maduro entendimiento. Decir
gracias y escribir donaires es de grandes ingenios: la más discreta figura de la comedia es la del
bobo, porque no lo ha de ser el que quiere dar a entender que es simple. La historia es como cosa
sagrada; porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios, en cuanto a verdad; pero, no
obstante esto, hay algunos que así componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos.
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