Y, diciendo esto, echó mano a su espada y comenzó a esgrimirla en el aire contra los molineros; los
cuales, oyendo y no entendiendo aquellas sandeces, se pusieron con sus varas a detener el barco,
que ya iba entrando en el raudal y canal de las ruedas.
Púsose Sancho de rodillas, pidiendo devotamente al cielo le librase de tan manifiesto peligro, como
lo hizo, por la industria y presteza de los molineros, que, oponiéndose con sus palos al barco, le
detuvieron, pero no de manera que dejasen de trastornar el barco y dar con don Quijote y con
Sancho al través en el agua; pero vínole bien a don Quijote, que sabía nadar como un ganso, aunque
el peso de las armas le llevó al fondo dos veces; y si no fuera por los molineros, que se arrojaron al
agua y los sacaron como en peso a entrambos, allí había sido Troya para los dos.
Puestos, pues, en tierra, más mojados que muertos de sed, Sancho, puesto de rodillas, las manos
juntas y los ojos clavados al cielo, pidió a Dios con una larga y devota plegaria le librase de allí
adelante de los atrevidos deseos y acometimientos de su señor.
Llegaron en esto los pescadores dueños del barco, a quien habían hecho pedazos las ruedas de las
aceñas; y, viéndole roto, acometieron a desnudar a Sancho, y a pedir a don Quijote se lo pagase; el
cual, con gran sosiego, como si no hubiera pasado nada por él, dijo a los molineros y pescadores que
él pagaría el barco de bonísima gana, con condición que le diesen libre y sin cautela a la persona o
personas que en aquel su castillo estaban oprimidas.
–¿Qué personas o qué castillo dice –respondió uno de los molineros–, hombre sin juicio?
¿Quiéreste llevar por ventura las que vienen a moler trigo a estas aceñas?
–¡Basta! –dijo entre sí don Quij