su perdición; pero ninguna cosa le dio más pena que el oír roznar al rucio y el ver que Rocinante
pugnaba por desatarse, y díjole a su señor:
–El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y Rocinante procura ponerse en libertad para
arrojarse tras nosotros. ¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de
vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia!
Y, en esto, comenzó a llorar tan amargamente que don Quijote, mohíno y colérico, le dijo:
–¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿Quién te persigue, o
quién te acosa, ánimo de ratón casero, o qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la
abundancia? ¿Por dicha vas caminando a pie y descalzo por las montañas rifeas, sino sentado en
una tabla, como un archiduque, por el sesgo curso deste agradable río, de donde en breve espacio
saldremos al mar dilatado? Pero ya habemos de haber salido, y caminado, por lo menos, setecientas
o ochocientas leguas; y si yo tuviera aquí un astrolabio con que tomar la altura del polo, yo te dijera
las que hemos caminado; aunque, o yo sé poco, o ya hemos pasado, o pasaremos presto, por la línea
equinocial, que divide y corta los dos contrapuestos polos en igual distancia.
–Y cuando lleguemos a esa leña que vuestra merced dice –preguntó Sancho–, ¿cuánto habremos
caminado?
–Mucho –replicó don Quijote–, porque de trecientos y sesenta grados que contiene el globo, del
agua y de la tierra, según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe, la
mitad habremos caminado, llegando a la línea que he dicho.
–Por Dios –dijo Sancho–, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona,
puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo.
Rióse don Quijote de la interpretación que Sancho había dado al nombre y al cómputo y cuenta del
cosmógrafo Ptolomeo, y díjole:
–Sabrás, Sancho, que los españoles y los que se embarcan en Cádiz para ir a las Indias Orientales,
una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinocial que te he dicho es
que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el
Portal Educativo EducaCYL
http://www.educa.jcyl.es