estuvimos en casa de don Diego de Miranda, y la jira que tuve con la espuma que saqué de las ollas
de Camacho, y lo que comí y bebí y dormí en casa de Basilio, todo el otro tiempo he dormido en la
dura tierra, al cielo abierto, sujeto a lo que dicen inclemencias del cielo, sustentándome con rajas de
queso y mendrugos de pan, y bebiendo aguas, ya de arroyos, ya de fuentes, de las que encontramos
por esos andurriales donde andamos.
–Confieso –dijo don Quijote– que todo lo que dices, Sancho, sea verdad. ¿Cuánto parece que os
debo dar más de lo que os daba Tomé Carrasco?
–A mi parecer –dijo Sancho–, con dos reales más que vuestra merced añadiese cada mes me tendría
por bien pagado. Esto es cuanto al salario de mi trabajo; pero, en cuanto a satisfacerme a la palabra
y promesa que vuestra merced me tiene hecha de darme el gobierno de una ínsula, sería justo que se
me añadiesen otros seis reales, que por todos serían treinta.
–Está muy bien –replicó don Quijote–; y, conforme al salario que vos os habéis señalado, 23 días ha
que salimos de nuestro pueblo: contad, Sancho, rata por cantidad, y mirad lo que os debo, y pagaos,
como os tengo dicho, de vuestra mano.
–¡Oh, cuerpo de mí! –dijo Sancho–, que va vuestra merced muy errado en esta cuenta, porque en lo
de la promesa de la ínsula se ha de contar desde el día que vuestra merced me la prometió hasta la
presente hora en que estamos.
–Pues, ¿qué tanto ha, Sancho, que os la prometí? –dijo don Quijote.
–Si yo mal no me acuerdo –respondió Sancho–, debe de haber más de veinte años, tres días más a
menos.
Diose don Quijote una gran palmada en la frente, y comenzó a reír muy de gana, y dijo:
–Pues no anduve yo en Sierra Morena, ni en todo el discurso de nuestras salidas, sino dos meses
apenas, y ¿dices, Sancho, que ha veinte años que te prometí la ínsula? Ahora digo que quieres que se
consuman en tus salarios el dinero que tienes mío; y si esto es así, y tú gustas dello, desde aquí te lo
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