–No consentiré yo en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a
tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis;
si no, conmigo sois en la batalla!
Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y, con
acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a
unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un
altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más
facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán. Daba voces maese Pedro, diciendo:
–Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no
son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. ¡Mire, pecador de mí, que me destruye y echa a
perder toda mi hacienda!
Mas no por esto dejaba de menudear don Quijote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses como
llovidos. Finalmente, en m V