–Yo lo haré así –respondió el muchacho; y prosiguió, diciendo–: Esta figura que aquí parece a
caballo, cubierta con una capa gascona, es la mesma de don Gaiferos, a quien su esposa, ya vengada
del atrevimiento del enamorado moro, con mejor y más sosegado semblante, se ha puesto a los
miradores de la torre, y habla con su esposo, creyendo que es algún pasajero, con quien pasó todas
aquellas razones y coloquios de aquel romance que dicen:
Caballero, si a Francia ides,
por Gaiferos preguntad;
las cuales no digo yo ahora, porque de la prolijidad se suele engendrar el fastidio; basta ver cómo
don Gaiferos se descubre, y que por los ademanes alegres que Melisendra hace se nos da a entender
que ella le ha conocido, y más ahora que veemos se descuelga del balcón, para ponerse en las ancas
del caballo de su buen esposo. Mas, ¡ay, sin ventura!, que se le ha asido una punta del faldellín de
uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire, sin poder llegar al suelo. Pero veis cómo el
piadoso cielo socorre en las mayores necesidades, pues llega don Gaiferos, y, sin mirar si se rasgará
o no el rico faldellín, ase della, y mal su grado la hace bajar al suelo, y luego, de un brinco, la pone
sobre las ancas de su caballo, a horcajadas como hombre, y la manda que se tenga fuertemente y le
eche los brazos por las espaldas, de modo que los cruce en el pecho, porque no se caiga, a causa que
no estaba la señora Melisendra acostumbrada a semejantes caballerías. Veis también cómo los
relinchos del caballo dan señales que va contento con la valiente y hermosa carga que lleva en su
señor y en su señora. Veis cómo vuelven las espaldas y salen de la ciudad, y alegres y regocijados
toman de París la vía. ¡Vais en paz, oh par sin par de verdaderos amantes! ¡Lleguéis a salvamento a
vuestra deseada patria, sin que la fortuna ponga estorbo en vuestro felice viaje! ¡Los ojos de vuestros
amigos y parientes os vean gozar en paz tranquila los días, que los de Néstor sean, que os quedan de
la vida!
Aquí alzó otra vez la voz maese Pedro, y dijo:
–Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación es mala.
No respondió nada el intérprete; antes, prosiguió, diciendo:
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