Y, dando con la mano derecha dos golpes sobre el hombro izquierdo, en un brinco se le puso el
mono en él, y, llegando la boca al oído, daba diente con diente muy apriesa; y, habiendo hecho este
ademán por espacio de un credo, de otro brinco se puso en el suelo, y al punto, con grandísima
priesa, se fue maese Pedro a poner de rodillas ante don Quijote, y, abrazándole las piernas, dijo:
–Estas piernas abrazo, bien así como si abrazara las dos colunas de Hércules, ¡oh resucitador
insigne de la ya puesta en olvido andante caballería!; ¡oh no jamás como se debe alabado caballero
don Quijote de la Mancha, ánimo de los desmayados, arrimo de los que van a caer, brazo de los
caídos, báculo y consuelo de todos los desdichados!
Quedó pasmado don Quijote, absorto Sancho, suspenso el primo, atónito el paje, abobado el del
rebuzno, confuso el ventero, y, finalmente, espantados todos los que oyeron las razones del titerero,
el cual prosiguió diciendo:
–Y tú, ¡oh buen Sancho Panza!, el mejor escudero y del mejor caballero del mundo, alégrate, que tu
buena m V