Belerma, la cual con sus doncellas cuatro días en la semana hacían aquella procesión y cantaban, o,
por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazón de su primo; y que
si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la causa las malas noches y
peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su
color quebradiza. ‘‘Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario
en las mujeres, porque ha muchos meses, y aun años, que no le tiene ni asoma por sus puertas, sino
del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en las manos, que le renueva y trae a la
memoria la desgracia de su mal logrado amante; que si esto no fuera, apenas la igualara en
hermosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos,
y aun en todo el mundo’’. ‘‘¡Cepos quedos! –dije yo entonces–, señor don Montesinos: cuente vuesa
merced su historia como debe, que ya sabe que toda comparación es odiosa, y así, no hay para qué
comparar a nadie con nadie. La sin par Dulcinea del Toboso es quien es, y la señora doña Belerma es
quien es, y quien ha sido, y quédese aquí’’. A lo que él me respondió: ‘‘Señor don Quijote,
perdóneme vuesa merced, que yo confieso que anduve mal, y no dije bien en decir que apenas
igualara la señora Dulcinea a la señora Belerma, pues me bastaba a mí haber entendido, por no sé
qué barruntos, que vuesa merced es su caballero, para que me mordiera la lengua antes de
compararla sino con el mismo cielo’’. Con esta satisfación que me dio el gran Montesinos se quietó
mi corazón del sobresalto que recebí en oír que a mi señora la comparaban con Belerma.
–Y aun me maravillo yo –dijo Sancho– de cómo vuestra merced no se subió sobre el vejote, y le
molió a coces todos los huesos, y le peló las barbas, sin dejarle pelo en ellas.
–No, Sancho amigo –respondió don Quijote–, no me estaba a mí bien hacer eso, porque estamos
todos obligados a tener respeto a los ancianos, aunque no sean caballeros, y principalmente a los
que lo son y están encantados; yo sé bien que no nos quedamos a deber nada en otras muchas
demandas y respuestas que entre los dos pasamos.
A esta sazón dijo el primo:
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