que cuando yo fuere muerto,
y mi ánima arrancada,
que llevéis mi corazón
adonde Belerma estaba,
sacándomele del pecho,
ya con puñal, ya con daga.’’
Oyendo lo cual el venerable Montesinos, se puso de rodillas ante el lastimado caballero, y, con
lágrimas en los ojos, le dijo: ‘‘Ya, señor Durandarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me
mandastes en el aciago día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os
dejase una mínima parte en el pecho; yo le limpié con un pañizuelo de puntas; yo partí con él de
carrera para Francia, habiéndoos primero puesto en el seno de la tierra, con tantas lágrimas, que
fueron bastantes a lavarme las manos y limpiarme con ellas la sangre que tenían, de haberos andado
en las entrañas; y, por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé, saliendo de
Roncesvalles, eché un poco de sal en vuestro
corazón, porque no oliese mal, y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado, a la presencia de la
señora Belerma; la cual, con vos, y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña
Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos
tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y, aunque pasan de quinientos, no se ha
muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando,
por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en
el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son
de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de
San Juan. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra desgracia, fue convertido en un
río llamado de su mesmo nombre; el cual, cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro
cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra;
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