–Aún la cola falta por desollar –dijo Sancho–. Lo de hasta aquí son tortas y pan pintado; mas si
vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas que le ponen, yo le traeré aquí
luego al momento quien se las diga todas, sin que les falte una meaja; que anoche llegó el hijo de
Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y, yéndole yo a dar la
bienvenida, me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del
Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo
nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros
a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.
–Yo te aseguro, Sancho –dijo don Quijote–, que debe de ser algún sabio encantador el autor de
nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.
–Y ¡cómo –dijo Sancho– si era sabio y encantador, pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco,
que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!
–Ese nombre es de moro –respondió don Quijote.
–Así será –respondió Sancho–, porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos
de berenjenas.
–Tú debes, Sancho –dijo don Quijote–, errarte en el sobrenombre de ese Cide, que en arábigo
quiere decir señor.
–Bien podría ser –replicó Sancho–, mas, si vuestra merced gusta que yo le haga venir aquí, iré por
él en volandas.
–Harásme mucho placer, amigo –dijo don Quijote–, que me tiene suspenso lo que me has dicho, y
no comeré bocado que bien me sepa hasta ser informado de todo.
–Pues yo voy por él –respondió Sancho.
Y, dejando a su señor, se fue a buscar al bachiller, con el cual volvió de allí a poco espacio, y entre los
tres pasaron un graciosísimo coloquio.
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