–De la parte desta enramada, si no me engaño, sale un tufo y olor harto más de torreznos asados
que de juncos y tomillos: bodas que por tales olores comienzan, para mi santiguada que deben de
ser abundantes y generosas.
–Acaba, glotón –dijo don Quijote–; ven, iremos a ver estos desposorios, por ver lo que hace el
desdeñado Basilio.
–Mas que haga lo que quisiere –respondió Sancho–: no fuera él pobre y casárase con Quiteria. ¿No
hay más sino tener un cuarto y querer [al]zarse por las nubes? A la fe, señor, yo soy de parecer que
el pobre debe de contentarse con lo que hallare, y no pedir cotufas en el golfo. Yo apostaré un brazo
que puede Camacho envolver en reales a Basilio; y si esto es así, como debe de ser, bien boba fuera
Quiteria en desechar las galas y las joyas que le debe de haber dado, y le puede dar Camacho, por
escoger el tirar de la barra y el jugar de la negra de Basilio. Sobre un buen tiro de barra o sobre una
gentil treta de espada no dan un cuartillo de vino en la taberna. Habilidades y gracias que no son
vendibles, mas que las tenga el conde Dirlos; pero, cuando las tales gracias caen sobre quien tiene
buen dinero, tal sea mi vida como ellas parecen. Sobre un buen cimiento se puede levantar un buen
edificio, y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero.
–Por quien Dios es, Sancho –dijo a esta sazón don Quijote–, que concluyas con tu arenga; que tengo
para mí que si te dejasen seguir en las que a cada paso comienzas, no te quedaría tiempo para comer
ni para dormir, que todo le gastarías en hablar.
–Si vuestra merced tuviera buena memoria –replicó Sancho–, debiérase acordar de los capítulos de
nuestro concierto antes que esta última vez saliésemos de casa: uno dellos fue que me había de dejar
hablar todo aquello que quisiese, con que no
fuese contra el prójimo ni contra la autoridad de vuesa merced; y hasta agora me parece que no he
contravenido contra el tal capítulo.
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