Preguntóle don Quijote si eran de algún príncipe, que así las ponderaba.
–No son –respondió el estudiante– sino de un labrador y una labradora: él, el más rico de toda esta
tierra; y ella, la más hermosa que han visto los hombres. El aparato con que se han de hacer es
estraordinario y nuevo, porque se han de celebrar en un prado que está junto al pueblo de la novia, a
quien por excelencia llaman Quiteria la hermosa, y el desposado se llama Camacho el rico; ella de
edad de diez y ocho años, y él de veinte y dos; ambos para en uno, aunque algunos curiosos que
tienen de memoria los linajes de todo el mundo quieren decir que el de la hermosa Quiteria se
aventaja al de Camacho; pero ya no se mira en esto, que las riquezas son poderosas de soldar
muchas quiebras. En efecto, el tal Camacho es liberal y hásele antojado de enramar y cubrir todo el
prado por arriba, de tal suerte que el sol se ha de ver en trabajo si quiere entrar a visitar las yerbas
verdes de que está cubierto el suelo. Tiene asimesmo maheridas danzas, así de espadas como de
cascabel menudo, que hay en su pueblo quien los repique y sacuda por estremo; de zapateadores no
digo nada, que es un juicio los que tiene muñidos; pero ninguna de las cosas referidas ni otras
muchas que he dejado de referir ha de hacer más memorables estas bodas, sino las