Soneto
El muro rompe la doncella hermosa
que de Píramo abrió el gallardo pecho:
parte el Amor de Chipre, y va derecho
a ver la quiebra estrecha y prodigiosa.
Habla el silencio allí, porque no osa
la voz entrar por tan estrecho estrecho;
las almas sí, que amor suele de hecho
facilitar la más difícil cosa.
Salió el deseo de compás, y el paso
de la imprudente virgen solicita
por su gusto su muerte; ved qué historia:
que a entrambos en un punto, ¡oh estraño caso!,
los mata, los encubre y resucita
una espada, un sepulcro, una memoria.
–¡Bendito sea Dios! –dijo don Quijote habiendo oído el soneto a don Lorenzo–, que entre los
infinitos poetas consumidos que hay, he visto un consumado poeta, como lo es vuesa merced, señor
mío; que así me lo da a entender el artificio deste soneto.
Cuatro días estuvo don Quijote regaladísimo en la casa de don Diego, al cabo de los cuales le pidió
licencia para irse, diciéndole que le agradecía la merced y buen tratamiento que en su casa había
recebido; pero que, por no parecer bien que los caballeros andantes se den muchas horas a ocio y al
regalo, se quería ir a cumplir con su oficio, buscando las aventuras, de quien tenía noticia que
aquella tierra abundaba, donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas
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