o volviese el tiempo ya.
Vivo en perpleja vida,
ya esperando, ya temiendo:
es muerte muy conocida,
y es mucho mejor muriendo
buscar al dolor salida.
A mí me fuera interés
acabar, mas no lo es,
pues, con discurso mejor,
me da la vida el temor
de lo que será después.
En acabando de decir su glosa don Lorenzo, se levantó en pie don Quijote, y, en voz levantada, que
parecía grito, asiendo con su mano la derecha de don Lorenzo, dijo:
–¡Viven los cielos donde más altos están, mancebo generoso, que sois el mejor poeta del orbe, y que
merecéis estar laureado, no por Chipre ni por Gaeta, como dijo un poeta, que Dios perdone, sino por
las academias de Atenas, si hoy vivieran, y por las que hoy viven de París, Bolonia y Salamanca!
Plega al cielo que los jueces que os quitaren el premio primero, Febo los asaetee y las Musas jamás
atraviesen los umbrales de sus casas. Decidme, señor, si sois servido, algunos versos mayores, que
quiero tomar de todo en todo el pulso a vuestro admirable ingenio.
¿No es bueno que dicen que se holgó don Lorenzo de verse alabar de don Quijote, aunque le tenía
por loco? ¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te estiendes, y cuán dilatados límites son los de tu
juridición agradable! Esta verdad acreditó don Lorenzo, pues concedió con la demanda y deseo de
don Quijote, diciéndole este soneto a la fábula o historia de Píramo y Tisbe:
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