–Un amigo y discreto –respondió don Quijote– era de parecer que no se había de cansar nadie en
glosar versos; y la razón, decía él, era que jamás la glosa podía llegar al texto, y que muchas o las
más veces iba la glosa fuera de la intención y propósito de lo que pedía lo que se glosaba; y más, que
las leyes de la glosa eran demasiadamente estrechas: que no sufrían interrogantes, ni dijo, ni diré, ni
hacer nombres de verbos, ni mudar el sentido, con otras ataduras y estrechezas con que van atados
los que glosan, como vuestra merced debe de saber.
–Verdaderamente, señor don Quijote –dijo don Lorenzo–, que deseo coger a vuestra merced en un
mal latín continuado, y no puedo, porque se me desliza de entre las manos como anguila.
–No entiendo –respondió don Quijote– lo que vuestra merced dice ni quiere decir en eso del
deslizarme.
–Yo me daré a entender –respondió don Lorenzo–; y por ahora esté vuesa merced atento a los
versos glosados y a la glosa, que dicen desta manera:
¡Si mi fue tornase a es,
sin esperar más será,
o viniese el tiempo ya
de lo que será después...!
Glosa
Al fin, como todo pasa,
se pasó el bien que me dio
Fortuna, un tiempo no escasa,
y nunca me le volvió,
ni abundante, ni por tasa.
Siglos ha ya que me vees,
Fortuna, puesto a tus pies;
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