Las olas golpeaban. . .
Hasta ahora esa música me daba una tristeza que no sabía
comprender.
Totoca me dio un empujón. Desperté.
-¿Qué tienes, Zezé?
-Nada. Estaba cantando.
-¿Cantando?
-Sí.
-Entonces debo estar quedándome sordo.
¿Acaso no sabría que se podía cantar para dentro? Me quedé callado.
Si no sabía yo no iba a enseñarle.
Habíamos llegado al borde de la carretera Río-San Pablo.
Allí pasaba de todo. Camiones, automóviles, carros y bicicletas.
-Mira, Zezé, esto es importante. Primero se mira bien. Mira para uno y
otro lado. ¡Ahora! Cruzamos corriendo la carretera.
-¿Tuviste miedo?
Bastante que había tenido, pero dije que no, con la cabeza.
-Vamos a cruzar de nuevo, juntos. Después quiero ver si aprendiste.
Volvimos.
-Ahora ya sabes cruzar solo. Nada de miedo, que ya estás siendo un
hombrecito. Mi c