Mientras me ponía los pantalones y la camisa blanca, miraba a mi
hermano.
¡Qué lindo era! No había otro más lindo en Bangú.
Me calcé las zapatillas de tenis, que tenían que durar hasta que fuese al
colegio, el año siguiente. Continué mirando a Luis.
Lindo y arregladito como estaba hasta podría ser confundido con el
Niño Jesús, más crecidito. Apuesto a que va a ganar montones de regalos.
Cuando lo miraran...
Me estremecí. Gloria acababa de volver y colocaba el pan sobre la
mesa. Los días que había pan, el papel hacía ese ruido.
Salimos tomados de las manos y nos pusimos delante de ella.
-¿No está lindo, Godóia? Yo lo arreglé. En vez de enojarse, se recostó
en la puerta y miró hacia arriba. Cuando bajó la cabeza tenía los ojos llenos
de lágrimas.
-También tú estás lindo. ¡Oh! ¡Zezé!...
Se arrodilló y apoyó mi cabeza sobre su pecho.
-¡Dios mío! ¿Por qué la vida tendrá que ser tan dura para algunos?...
Se contuvo y comenzó a arreglarnos prolijamente.
-Te dije que no podría llevarlos, Zezé. Realmente, no puedo. Tengo
tanto que hacer. Primero vamos a tomar café, mientras pienso alguna cosa.
Aunque quisiese, ya no habría tiempo para que me vistiera. . .
Puso nuestro tazón de café y cortó el pan. Continuaba mirándonos
afligida.
-Tanto trabajo para ganarse unas porquerías de juguetes ordinarios.
Claro que tampoco pueden dar cosas muy buenas para tantos pobres como
hay. Hizo una pausa y continuó:
-Tal vez sea la única oportunidad. No puedo impedir que ustedes vayan.
.. Pero, Dios mío, son muy chiquitos...
-Yo lo llevo a él con cuidado. Lo llevaré de la mano todo el tiempo,
Godóia. Ni siquiera es necesario cruzar la carretera Río-San Pablo.
-Aun así es peligroso.
-No lo es, y yo tengo sentido de orientación.
28