Test Drive | Page 115

-En serio. Ya ves, no sirvo para nada, estoy cansado de sufrir golpes y tirones de oreja. Voy a dejar de ser una boca más... Comencé a sentir un nudo doloroso en la garganta. Necesitaba mucho coraje para contar el resto. -Entonces, ¿vas a escaparte? -No. Pasé toda la semana pensando en eso. Hoy de noche me voy a tirar debajo de las ruedas del Mangaratiba. Ni siquiera habló. Me apretó fuertemente entre sus brazos y me consoló de la manera que sabía hacerlo. -No, no digas eso, por amor de Dios. Tienes una linda vida por delante. Con esa cabeza y esa inteligencia. No digas eso, que es pecado. No quiero que ni pienses ni repitas eso. ¿Y yo? ¿Tú no me quieres? Si me quieres y no estás mintiendo, no debes hablar más así. Se alejó de mí y me miró a los ojos. Pasó la palma de sus manos sobre mis lágrimas. -Yo te quiero mucho, muchacho. Mucho más de lo que piensas. Vamos, sonríe. Sonreí, medio aliviado con la confesión. -Todo eso va a pasar. Pronto serás dueño de las calles con tus cometas, rey de las bolitas, un vaquero tan fuerte como Buck Jones... Por otra parte, estuve pensando una cosa. ¿Quieres saberla? -¡Quiero! -El sábado no iré a visitar a mi hija. Ella fue a pasar unos días a Paquetá con el marido. Había pensado, como el tiempo es bueno, ir a pescar en el Guandu. Como estoy sin un gran amigo para acompañarme, pensé en ti. Mis ojos se iluminaron. -¿Me llevarías? -Bien, si quieres, sí. No tienes ninguna obligación. La respuesta fue recostar mi cara en su cara afeitada y lo apreté en mis brazos, rodeando con ellos su cuello. Estábamos riendo y toda la tragedia se había alejado. 115