Estados, por una política exterior impregnada de nacionalismo y antiimperialismo, y por el
distanciamiento entre los dos gobiernos debido a las inclusiones estadounidenses en
gobiernos de América Latina.
A partir de 1980 y más intensamente a partir de los noventa, comenzaría un proceso de
apertura política e integración económica (TLCAN) que llevaría a un acercamiento entre los
dos países, y a un cambio en la concepción tradicional de la no-intervención, definida por la
participación dinámica de ambos gobiernos en los países vecinos: creación de instituciones
legislativas comunes, cooperación fronteriza, integración social, y agenda bilateral conjunta,
entre otras cuestiones.
4.2 Tradición política y la hegemonía del monopartidismo: presencia del
Partido Revolucionario Institucional (PRI)
El Partido Revolucionario Institucional (PRI), ha gobernado México más de seis décadas.
Desde que nació, en marzo de 1929, sobre la base de un pacto entre las facciones
triunfadoras de la Revolución mexicana, el PRI ha transitado por varias declaraciones de
principios, en un abanico que ha cubierto desde la ideología socialista hasta el liberalismo,
pasando por tendencias socialdemócratas y por otras marcadamente populistas. El PRI ha
sido algo más que un partido político en México: desde su nacimiento surgió como un pacto
de élites, desde el Estado, que dio forma a un sistema de alianzas.
La lógica de ese pacto ha descansado, sin embargo, en el mantenimiento del poder:
conservar el mando del país ha sido, a la vez, su condición y su virtud política. Pero, al
mismo tiempo, esa lógica impidió que el PRI se convirtiera en un partido político más o
siquiera que abriera espacios iguales para el desenvolvimiento pleno de otras opciones
capaces de disputarle la hegemonía.
La estabilidad política que ha caracterizado al régimen mexicano a lo largo de sesenta años
no podría atribuirse sólo al papel del partido, pues detrás de éste ha operado el acuerdo
tácito de continuar la tradición que ve en el presidente de la República al líder máximo del
partido en cada sexenio, capaz no sólo de controlar prácticamente todos los hilos del poder
mexicano, sino fundamentalmente de designar sucesor a través de su liderazgo partidista.
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