Lograba balancear mi caos interior a través del humor, era el payaso de la clase. Para mí era muy
importante hacer todo lo que estuviera a mi alcance para hacer reír a la gente. Cuando lo lograba, estaba
interactuando con ellos en el planeta. Me estaba haciendo notar.
Siendo chistoso lograba olvidarme de mis cosas - la risa hace sentir bien - Pero por otro lado, era muy
impredecible, cambiaba de estados de ánimo repentinamente sin ningún aviso, me llamaban, sicótico,
lunático y todo lo demás y yo lo creía. Pensé que nunca podría escapar de la prisión en que me encontraba.
Algunos medicamentos me ayudaron por ciertos períodos de tiempo. A los 15 años, uno de los mejores
doctores del mundo, especializado en el síndrome de Tourette nos dijo a mis padres y a mí que yo era el
caso más insólito que él hubiera visto jamás.
Pareciera que cuando arreglamos una cosa, otra se descompone por otro lado". . Nunca me sentí más
confundido en mi vida que cuando escuché sus palabras.
En esa época, me sentí orgulloso de que no pudieron diagnosticarme, porque eso significaba que aún
tenia esperanza. Los medicamentos no lograban controlar la pena y la confusión, pero descubrí que el
alcohol sí. El alcohol aturdía, me hacía sentir seguro, familiar y siempre accesible al resto del mundo. Los
cigarrillos fueron también una forma de encajar y hacerme sentir un poco normal.
A los 16 años era hiperactivo y empecé a tomar un nuevo medicamento. Una noche, me encontraba tan
exaltado que mi madre y yo llamamos al doctor, este dijo que tomando otra píldora me calmaría, me la tomé
y me puse mucho más alterado. Llamé a otra doctora y esta dijo que las mismas píldoras eran las que me
hacían sentir así. En ese momento quería salirme de mi propia piel, y supliqué a mi madre que me comprara
alcohol para aturdirme. Era una situación iinsoportable. Morir era un pensamiento placentero ya que
terminaría el infierno en que vivía. Me sentía atrapado en mi propio cuerpo.
En mi último año de bachillerato, estaba tan desesperado que voluntariamente acepté ir a un hospital
psiquiátrico que mi terapeuta había recomendado. Éramos 25 niños, chicos entre los 10 y 18 años. Al
principio me sentí bastante bien allí, viendo toda la gama de problemas que los otros tenían. Estuve allí
durante un mes. Pasados algunos días empecé a notar que casi todos los niños venían a hablar conmigo
cuando se encontraban mal. Eran muy abiertos conmigo y seguían los consejos que yo les daba. El
personal del hospital no estaba muy a gusto con esto y se preguntaban cómo un "paciente loco" podría
ayudar a otro.
Una noche, la realidad de mi situación me sobrecogió y me encerró en mi cuarto a llorar
preguntándome una y otra vez ¿"por qué yo"?. En mi primer día en el hospital presencié cómo el personal
del hospital había sometido a cuatro pacientes fuera de control, tirándolos al piso, inyectándolos con
Thorizine, amarrándolos a la cama en el cuarto del silencio hasta que se calmaran. Despu