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TRABAJO
La inserción de los países subdesarrollados en el contexto económico moderno, con la consiguiente ampliación de las relaciones comerciales y la monetarización de los intercambios a toda las escalas, ha traído consigo una mutación profunda de las formas de trabajo de la población, que han debido adaptarse a las limitaciones impuestas por la dependencia exterior y al peculiar cambio operado en sus estructuras productivas. El resultado ha sido dual y aparentemente paradójico, en la medida en que permite la coexistencia de unas condiciones de trabajo orientadas al logro de la máxima productividad y al mismo tiempo propicia la génesis y consolidación del paro y el subempleo, como fenómenos intrínsecamente unidos a la situación laboral de amplios colectivos humanos.
La modernización agraria del Tercer Mundo a partir de los años 50, ha contribuido al incremento de las tasas de subempleo rural, mediante la contratación de un reducido número de trabajadores permanentes y el recurso temporal a obreros eventuales, integrados por pequeños propietarios o trabajadores sin tierra, con graves problemas para encontrar trabajo en las estaciones muertas del año. De este modo se logra un reducción falsa del índice de paro en el campo, ya que su valor está mediatizado por la importancia real del subempleo, como la forma de actividad habitual y sin duda la más expresiva: más de la tercera parte de los trabajadores rurales de Latinoamérica se encuentra en una situación análoga al paro total.
SISTEMA AGRICOLA
Llama la atención la coexistencia de espacios agrarios tradicionales, como la agricultura por rozas de fuego y espacios modernizados de agroindustria especulativa, como las plantaciones. En ambos casos, se trata de sistemas escasamente productivos para el país. La presión sobre la tierra ha hecho que la agricultura de rozas de fuego no pueda en la actualidad respetar el ritmo de recuperación de la tierra, lo que genera un progresivo debilitamiento de la cobertera productiva, una merma de la cosecha y por tanto más hambre.
La revolución verde que en los años 60 y 70 se emprendiera ha dado lugar a resultados muy variados. Es cierto que la producción agrícola en los países subdesarrollados ha crecido de forma significativa, pero menor a la esperada. La revolución verde se ha hecho en muchos países sin adecuar el sistema de propiedad de la tierra a condiciones favorables: se ha visto dificultada por el latifundismo tanto como por el minifundismo.
Las oligarquías locales se han negado a la racionalización del terrazgo. Ante esa coyuntura, muchas veces se ha recurrido a tierras marginales, con una intensificación de los regadíos que se ha traducido en desecación de los acuíferos subterráneos, salinización de las tierras, sobreabonado, abuso, etc.