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contra
Irlanda,
y
al
cabo
de
un
año
inauguraron
lo
que
en
Wimbledon
recibió
el
nombre
de
“la
era
francesa”.
Durante
cinco
años
consecutivos,
desde
1924
hasta
1929,
con
la
excepción
de
1926,
el
finalista
y
el
ganador
fueron
galos.
La
explosión
de
Lacoste
se
produjo
en
1924,
cuando
se
plantó
en
la
final
de
los
campeonatos
de
Francia,
reservados
todavía
a
los
tenistas
locales,
y
en
la
de
Wimbledon,
para
caer
en
ambos
casos
frente
a
Borotra.
Pero
un
año
después
ya
se
había
consolidado
como
número
1
de
Francia,
y
se
vengó
del
vasco.
Se
impuso
a
Jean
en
tres
sets
en
París,
que
ya
se
había
abierto
a
los
extranjeros,
y
también
en
Wimbledon,
en
cuatro
sets.
Y
después
llegó
la
Davis.

En
1924
se
había
visto
como
a
los
franceses
se
les
negaba
el
acceso
al
Challenge
Round
de
Boston.
En
1925
se
plantaron
en
la
final
gracias
a
René,
que
según
Wallis
Myers
“había
maravillado
en
su
primer
partido
contra
Tilden
desde
el
momento
en
el
que
puso
el
pie
en
la
pista”,
lo
que
obligó
a
Big
Bill
a
protagonizar
un
partido
épico.
El
americano
fue
capaz
de
remontar
una
desventaja
de
0
a
4
en
el
tercer
set,
llegando
a
salvar
cuatro
pelotas
de
partido
en
el
cuarto.
Sudado
y
extenuado,
Tilden
clavaba
la
mirada
en
Lacoste
en
cada
cambio
de
pista
en
la
central
del
Germantown
Cricket
Club
como
hacía
el
Capitán
Garfio
con
el
cocodrilo
de
la
Isla
de
Nunca
Jamás.
Fue
la
prensa
americana
la
que
rebautizó
a
Lacoste
un
año
después.
“Hice
una
apuesta
con
el
capitán
de
nuestro
equipo;
me
había
prometido
una
maleta
de
piel
de
cocodrilo
en
caso
de
conseguir
una
victoria
importante,
y
acabó
siendo
mi
pseudónimo
por
la
tenacidad
que
dedicaba
a
los
partidos”.
Mi
amigo
Robert
George
dibujó
un
cocodrilo
para
bordar
en
mis
camisetas
en
la
pista”.
El
ansia
del
réptil
En
1926
los
franceses
volvieron
a
salir
humillados
del
Challenge
Round
contra
los
dos
Bill,
Tilden
y
Johnston,
pero
Lacoste
consiguió
derrotar
a
Big
Bill
por
8-6
en
el
cuarto
set.
Fue
la
primera
derrota
para
Tilden
después
de
seis
años
imbatido.
En
cambio,
1927
supuso
el
año
de
la
apoteósis
del